martes, 27 de octubre de 2009

¿Dónde está Roberto?, por Óscar H.


Descubrí a Bolaño cuando ya había muerto (un año después, en 2004). Lo mismo me ocurrió con Kurt Cobain, unos diez años antes. Dicen que fue uno de los últimos iconos de la música en desaparecer como un verdadero ídolo (antes de los 28 y con un cóctel de pastillas). Hoy en día me quedo con Jeff Buckley, con su desaparición (más patética y humana, menos espectacular)y con su música.
Leí a Bolaño a través de los días, meses y años. Y aún sigo leyéndolo. La primera novela que tuve el placer de descubrir fue su aclamada Los detectives salvajes. Y claro, empezó un romance oscuro y obsesivo. Digo "claro", porque aquella historia a pesar de transcurrir en Sudamérica a un grupo de jóvenes que van descubriéndose a sí mismos como poetas urbanos y vivenciales, a lo largo de varias décadas, trazaba un itinerario que podía ser el de cualquiera que con veinte añitos decide dejarlo todo por escribir. Por supuesto yo no lo dejé todo por escribir ni me fui a Barcelona y a París, ni me recorrí Europa, como sí hizo Bolaño en su juventud. Aunque si es verdad que quise hacerlo, soñé muchas veces con hacerlo, y cuando dejé el sueño medio dormido apareció Bolaño. A lo más que llegué fue a internarme en la biblioteca de la universidad, a no asistir a las clases de Filología, y a errar con amigos, por las calles y los bares de La Laguna, creyéndome un poeta muy importante. Digamos que lo mío fue una versión disney de estas vidas desmesuradas. Su vida radical y ambulante pasó por momentos que él mismo reconoce de verdadero sufrimiento y soledad. Y aunque tenía un objetivo, es decir: la literatura, ¿cuántos desconocidos que no olvidados, porque nadie los recordó nunca, intentaron lo mismo? Quiero pensar que le movería algo más grande que su propia circunstancia orteguiana, algo parecido a la voluntad de la que habla Shopenhauer. Pero posiblemente no fue así. De lo que no hay duda es que el resultado es casi más literario que su propia obra. De hecho ocurre que como un verdadero Beatnik su obra fue hasta cierto punto su vida, y viceversa. A parte de esta característica que le concede a sus libros un estilo directo, antiretórico, fluido, descarnado, cercano al realismo sucio, también resulta que buceando un poco en su obra nos encontramos con un hombre-enciclopedia. No ya aquellos horribles hombres-libro que proponía Bradbury para el final de Farenheit 451 (a Bolaño me remito, por el apelativo de horribles, en su obra Entre Paréntesis, recopilación de artículos, entrevistas, cuentos cortos, reseñas, ensayos, conferencias), sino un hombre con un saber que deslumbra no sólo en lo humano sino también en lo demoníaco. Esa sabiduría hecha con el polen de las enseñanzas librescas, germen del pensamiento crítico. Comparatista nato, tenía la capacidad junto con su amigo Fresán de acaparar un radio de lecturas asombroso, por su profundidad y por su variedad. Quizás lo que más resalto de este aspecto borgeano de su personalidad, es el de la cercanía y el de la difusión clara de una opinión propia (algo parecido a Truffaut con el cine y la literatura, léase El placer de la mirada). Después de aquel desplante hecho a Octavio Paz, y de su reivindicación de un grupo olvidado de escritores, amantes de Auden, Joyce, Jim Morrison, el tabaco, las drogas, Rimbaud...llamados Real viscerralistas e Infrarrealistas, en sus dos versiones: la inventada y la experimentada. Después, digo, de seguir los pasos de Cesárea Tinajero junto a Belano y Lima, fueron llegando a mis manos casi toda su obra publicada: sus novelas: Estrella distante, Nocturno de Chile (que mi amigo Fran me contó que lo habían traducido al inglés con el estúpido By night in Chile), La pista de hielo, Amberes, Monsieur Pain, Amuleto, Literatura nazi en américa, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (proyectada junto a A.G. Porta); sus libros de cuentos: Llamadas telefónicas, Putas asesinas, El Gaucho insufrible y El secreto del Mal; y su obra poética recogida en el libro La Universidad desconocida. Todos me fueron deslumbrando, algunos más que otros y muchos tendría que volver a leerlos. Pero la adicción a Bolaño fue un hecho y el síndrome de abstinencia también. Fue y sigue siendo un referente de consulta y de disfrute, gracias a su capacidad de desenmascaramiento de la sociedad, y a su ambigüedad con respecto al trabajo de sí mismo y de los otros. Le oí decir que el mundo de la literatura es un mundo lleno de canallas, y de cretinos que piensan que van a ser recordados (él lo sabría bien). Cuando Bolaño murió, era el autor de Los detectives salvajes (Premio Herralde de 1998). Después se convirtió en un mito, en parte, por promoción editorial y consenso casi plural de distintos críticos importantes (por ejemplo: Susan Sontag) y también porque aún habría de llegar su gran obra, tristemente inacabada.
De esta nómina de huesos (César Vallejo)he excluído dos que dejé para el final. La extraordinaria 2666, esa obra póstuma, inmenso corpus, novela compuesta por varias novelas, donde se retrata la desesperanza y el sufrimiento ajeno. Aunque también la incesante curiosidad humana, con un trasfondo político y social, ofreciendo al lector una combinación decisiva de géneros distintos: policíaco, psicológico,realista, histórico.Un verdadero tour de force. La otra novela que excluí voluntariamente de la lista, silenciosa y contundente, lleva por título Una novelita lumpen. Enorme pero concisa y muy breve (150 páginas en la edición de Anagrama). La leí cuando Mondadori la editó, y ahora he vuelto a por ella. O ella volvió a por mí. Cuenta la historia de dos hermanos huérfanos que tras perder a sus padres han de sobrevivir como pueden. Bianca, la mayor, deja la escuela por un trabajo en una peluquería. La historia la conocemos a través de ella, y no sólo nos cuenta lo que hace sino los estados mentales, las improntas y los sueños que va teniendo en esos meses de duelo, tras la pérdida de sus padres en un accidente de coche. También cuenta lo que se convertírá en la pequeña trama que se oculta en la historia. Su hermano, que también ha dejado el colegio por un trabajo en un gimnsaio, trae, un día, a dos desconocidos (un boloñés y un libio) a su casa. Éstos se terminan instalando en su casa, y mientras limpian y hacen de comer, o ven la tele o se acuestan con Bianca, le propondrán a ésta que se prostituya, con el fin de atracar a su cliente. Éste es una vieja estrella del cine Peplum, mister universo, venido a menos, calvo y orondo y además ciego. De la entrada y salida a este pozo trata la novela.
En cuanto a extensión y ambición literaria es lo opuesta a 2666. Pero el resultado es curioso. De alguna forma se aleja del Bolaño más memorable, quizás porque es una novela de encargo. Aunque desde luego sigue teniendo su estilo: radiografía de los territorios extraños pero también comunes de las relaciones humanas, experto en fijarse en lo desenfocado de la foto, rozando a veces lo inverosímil, con sus personajes casi deformados. Bolaño nos cuenta el aprendizaje de esta joven a través del sufrimiento, y cómo va tomando decisiones desesperadas y entrando en una espiral de delincuencia, que no es tal. En eso recuerda a la Odile de Banda aparte de Godard. Creo que el secreto de esta obra maestra reside en los silencios que están depositados con una dosificación que recuerda a Benedetto. El infierno cotidiano, casi mecánico que describe Bianca con la ausencia de sus padres, la insensibilidad e indolencia ante los desconocidos y el simple ejercicio de respirar cada día, se hace más denso con un subtexto silencioso que inunda toda la novela.
Bolaño demuestra que maneja varios registros aunque siempre aportando cierto sello personal que lo hace heredero y precursor al mismo tiempo de otros escritores. Ahora me doy cuenta de que he titulado este artículo ¿Dónde está Roberto?, porque pensaba hacer un relato más o menos somero de mis opiniones sobre la experiencia que como lector he tenido durante este último lustro con uno de los escritores más relevantes del panorama mundial. Como si se tratara de una búsqueda personal. Pero en realidad, he de admitir que con el escritor chileno me ha ocurido, lo que ocurre a veces con un autor: él mismo con su obra te va encontrando y dejándote pequeñas postales en tu memoria. Recuerdo a mi amigo Sam y cómo iba comprándose y leyendo los libros de Bolaño que yo iba sacando en la biblioteca, y como por un momento aquél nos llevó a Sergio Pitol, con El tañido de una flauta, al que supimos superior al chileno en algún aspecto técnico que ya no recuerdo, y de Pitol a Vila-Matas o viceversa, a Fresán, a Alan Pauls, a Piglia, a Villoro, a Berti, y ahora también a Sada, al que no hemos leído pero que parece prometer mucho. Y luego vino toda la tradición anterior que Bolaño iba destilando en sus escritos: Borges, Bioy, Showb, Wilcock, Cortázar, Antonio di Benedetto. Y también recuerdo a Carmen, amante y compañera de fatigas, leyendo asombrada Los detectives salvajes y con un punto de incertidumbre infinita sobre Cesarea Tinajero. ¿Dónde está Roberto? Personalmente pienso que Roberto está en todas partes, no por este boom individual sino por mi propio ejercicio de reflexión apoyado muchas veces en la gente que me quiere y que me escucha. Y,claro está, en el propio Bolaño, esté donde esté.
Óscar H.

No hay comentarios:

Publicar un comentario